MARIO MENDOZA: ‘ME DI CUENTA DE QUE ME ESTABA ENLOQUECIENDO’. ENTREVISTA DE LECTURAS

Lecturas Dominicales

Mario Mendoza: ‘Me di cuenta de que me estaba enloqueciendo’. Entrevista de Lecturas

Mario Mendoza hace un repaso de toda su obra y narra el origen de Los vagabundos de Dios.

catalina gallo

Los personajes y los libros de Mario Mendoza tienen más vidas que un gato. Los primeros, porque si por alguna razón mueren, los reviven el cine, la novela gráfica y el streaming. Los segundos, porque sus casi treinta títulos se siguen vendiendo en el mercado, pase el tiempo que pase, unos más, otros menos, y porque, dice él, “si alguien ha vivido la piratería en Colombia, he sido yo”. De hecho, cuenta, a muy pocos días de publicarse su última novela, Los vagabundos de Dios, ya estaba la versión pirata en las calles.

A pesar de esto, hay un único texto de Mario Mendoza que ni siquiera él tiene: el primer cuento que escribió, a los 16 años, en el colegio Refous, que se publicó en los cuadernos de literatura de la institución, y que su entonces profesora de literatura, la actriz Carlota Llano, recordó cuando leyó Leer es resistir. Carlota se encontró citada y le mandó a su alumno la foto del cuento que él había escrito en el colegio, titulado Pesadilla y en el que un soldado se queda atrapado en un bucle temporal. La foto llegó al celular de Mario, pero le hackearon el móvil y la perdió. Carlota Llano es, entonces, la dueña del único cuento del escritor que ninguno de sus fans ha podido leer. Porque sus lectores son fanáticos. Cada año, en la Feria de Libro de Bogotá, congestionan las instalaciones de Corferias, llegan con cinco horas de anticipación para hacer fila y poder entrar a las charlas o conseguir la firma de uno de sus libros. El año pasado, por ejemplo, llenaron tres veces el auditorio más grande de Corferias, en tres eventos diferentes.

En esta FILBo, por supuesto, ya todos han vivido las filas y las congestiones por cuenta suya. Él, por su lado, se deja llevar por las enseñanzas que le ha dejado el budismo: lo importante es la obra y no el autor. Y en esta entrevista hablamos de su obra. La travesía del vidente fue el primer libro que escribió. Lo presentó cinco veces al mismo concurso y perdió, ¿cómo es esa historia? Terminé de escribir ese libro en Cartagena, me fui a vivir allá un año porque quería sentir el mar. Es un libro atravesado por el agua. Viví en un hotel de mochileros, allí se hospedaban todos los hippies trasnochados de los ochenta. Yo escribía en una maquina manual. Lo terminé, regresé a Bogotá y lo mandé al Premio Nacional de Literatura en 1990, en 1991, en 1992, en 1993... Cada año hacía ajustes aquí y allá, y misteriosamente gané la sexta vez que lo presenté. Recuerdo con mucho cariño la escuela del fracaso, fracasar muchas veces, porque te da una visión del oficio. La terquedad es un defecto en casi todo, pero en el arte y en la literatura es una virtud. Hay que ser tremendamente terco, porque fracasar es lo que te da la perspectiva de lo que en el budismo se llama la acción sin mérito, que es hacer algo porque lo tienes que hacer. Los viajes y los navegantes están presentes en sus libros, en especial, en La melancolía de los feos, ¿de dónde nace ese interés? Yo empecé escribiendo novela fantástica, de aventuras, la gente cree que yo siempre he sido urbano y no, yo escribí literatura de viajes, era lo que más me gustaba, muy en la línea de Conrad y Julio Verne. Después de viajar a Israel y salir del país, regresar a Bogotá fue lo que me llevó a escribir lo urbano y en La melancolía de los feos Alfonso es un personaje que estudia navegación. ¿Por qué es importante para usted La ciudad de los umbrales? Es una novela muy rara, muy extraña. Yo quería escribir en la línea del canon. En ese momento, la academia me marcaba mucho. Yo me desprendí del canon con el tiempo. Soy –que es lo que se me critica mucho– como un músico de conservatorio que poco a poco se aleja para ser cantante de tango. Me atraen las lógicas populares, el cómic, la novela gráfica, el melodrama, los subgéneros, que son tan despreciados, pero La ciudad de los umbrales es un libro más académico, que intenta encajar para ser aceptado por la intelectualidad oficial. Es una novela leída por muy pocos y hoy en día las referencias que tiene no me gustan mucho, porque siento que ahí está todavía el profesor, un profesor que quiere encajar en el mundo académico y que los críticos lo reconozcan. Me di cuenta muy rápido de que esa es una pose que no me interesa.

Satanás fue la novela con la que ganó el premio Biblioteca Breve de Seix Barral en 2002 y lo hizo una figura pública. ¿Cómo es su relación hoy con ese libro? Es una novela que en su momento la escribí para quitarme de encima el peso de haber sido compañero de Campo Elías Delgado (el autor de la masacre del restaurante Pozzetto en 1986, en el que asesinó a 29 personas). Haberlo tenido tan cerca significó para mí un peso, la gente me señalaba después: “Ese es el amigo del asesino”. Tenía una pregunta que fui respondiendo con el tiempo y era hasta dónde, si yo me hubiera dado cuenta, habría podido prevenir o advertir. Después entendí que eso era imposible, era inútil preguntármelo y también era injusto conmigo, pero la novela me sirvió como catarsis para desprenderme de cierta culpa, y contra todos los pronósticos ganó en Barcelona el Seix Barral. Un periodista me hizo, en la rueda de prensa, una pregunta que me ofendió mucho. Me preguntó quién se había movido entre bambalinas para que yo me ganara el premio, porque yo era un desconocido. Lo miré sorprendido y me dijo: “Le estoy preguntando quién es su agente literario”. Yo nunca he tenido agente y le dije que, si encontraba el contrato firmado por mí con una agencia literaria, yo devolvía el premio. El Seix Barral fue importante para mí porque representó la aceptación de que el camino que yo había elegido podía tener un espacio interesante creativo, después vino la película, y ahora estamos en conversaciones para hacer una serie de televisión no sobre Satanás, la novela, sino sobre Campo Elías y la historia de Pozzetto. Es posible que tenga que volver a la historia desde otro ángulo distinto. No quiero escribir los guiones, pero me gusta estar con los guionistas. De Satanás también hicimos la novela gráfica con Keco. ¿Y cómo nació ese proyecto? En Editorial Planeta habíamos visto la novela de Keco publicada en Random House, El taxista llama dos veces, y esa visión arquitectónica de Bogotá me gustó, Keco es arquitecto. Le propusimos hacer Satanás, leyó el libro y dijo que no podía hacerlo en novela gráfica. Entonces Marcel Ventura, quien en ese momento estaba al frente de Planeta, le dijo que yo estaba haciendo el guion y le propuso esperar a leerlo. Se lo entregamos y llamó al poco tiempo para decirnos que sí podía hacerla. Llevamos siete, ocho años juntos y cuando uno está trabajando con un tipo de estas dimensiones entiende que está mal entendida la relación ilustrador-guionista. Por ejemplo, un día Keco me llamó para revisar la escena 56 y me explicó que la iba a hacer cenital, como si fuera un dron, la escena mirada desde arriba para bajar poco a poco. Me di cuenta de que estábamos hablando de cine en dos dimensiones, porque una novela gráfica tiene tiros de cámara muy parecidos a los del cine y el punto de vista lo elige el ilustrador. El autor es Keco y yo voy pegado sugiriendo. ¿Qué significa Buda Blues? Es una novela muy rara, es un homenaje al budismo. Yo estuve muy cerca de Densho Quintero, un maestro zen colombiano, director de la fundación Soto Zen, japonesa, acá en Colombia. Entablamos una amistad de muchos años, incluso de jóvenes compartimos apartamento. También leí mucho de budismo y todo esto me cambió la perspectiva sobre el oficio, porque el oficio es excesivamente protagónico, a veces trabajas para un ego, pero hay que desarticular esto, porque la obra es la importante, no el sujeto que hizo la obra.

Pero ¿por qué dice que la novela es rara? Porque tiene un aire contestatario del budismo sesentero. A mí me gustan quienes practicaron zen en los años sesenta, porque lo hicieron como una contracultura. Es una novela muy contestataria, muy hippie, budista, zen, de la línea californiana y de Los Ángeles. La escribí con mucho cariño, pero es un libro raro. Entremos ahora al personaje Frank Molina, que está en Lady Masacre, Diario del fin del mundo, La melancolía de los feos y Akelarre. ¿Cómo se relaciona con él después de vivir tanto tiempo juntos? Muy duro, es una década entera con un tipo que se vuelve prácticamente un invasor de la vida de uno. Terminar Akelarre fue durísimo, yo sabía que ahí me desprendía de Frank, pero hubo un colofón, un epílogo raro, y fue que llegó la propuesta para cine. La primera película ya está en Amazon Prime, Los iniciados. Cuando uno ve a un actor como Andrés Parra encarnando a un personaje como Frank Molina es increíble. Ver a Parra en esa transformación fue tremendo, comenzó a moverse de otro modo, a vestirse de otro modo, el personaje tiene una chaqueta que usa toda la película, y él empezó también a transformarse por el personaje. Yo vi cómo Frank también afectó la vida de Andrés. Frank sigue viviendo. Y ahora viene la segunda película. Él tiene un trastorno bipolar, en la primera parte elude la enfermedad y en la segunda la tiene que enfrentar, es una película más dura, más tensa, más oscura. El libro de las revelaciones es otra historia... Como la tradición de la literatura del país es realista, porque el conflicto es muy fuerte, yo dije: ‘Me quiero desmarcar del realismo’. Siempre he ido por lo que está prohibido, hice una saga de aventuras juveniles, tengo diez libros sobre novela juvenil, viajé por toda América Latina para poder escribir esa saga. Escribí Paranormal con historias de personas que habían tenido experiencias para las que no siempre tenían una explicación. En El libro de las revelaciones entro en materia en todo lo que implica ir más allá de lo real. Uno de los problemas que tiene Frank con su bipolaridad es que la definición de lo real es muy estrecha, y un paciente como Frank tiene un concepto de lo real más vasto, y yo busco esa realidad. Son textos breves, es un libro casi periodístico, que se pregunta ¿qué pasó aquí?, con historias reales. Y tiene otro libro de cuentos: Una escalera al cielo. ¡Uy!, lo escribí justo después de Satanás y todo el mundo lo consideró un error. Yo pagué un precio muy caro, porque después de haber ganado un premio como el Seix Barral, tú tienes que refrendar el premio demostrando que eres un escritor con mayúscula, que no eres un advenedizo, y la manera era sacar una gran novela. Y resulta que yo saqué mi libro de cuentos callejeros, urbanos, de tipos que deciden robarse un taxi en Bogotá, un ambiente muy nocturno, muy sórdido, y eso no fue bien visto. Después saqué una novelaque tampoco fue bien vista, Cobro de sangre, sobre la venganza política en Colombia, y yo quedé enterrado cinco años en el país por cuenta de esos dos libros. Pasé muy por debajo de la mesa después de Satanás, fue muy duro, hasta que llegó Los hombres invisibles, ahí volví a repuntar. El oficio es un tobogán.

Hay dos ensayos, La importancia de morir a tiempo y La locura de nuestro tiempo: ¿por qué decidió escribir ensayo? También son dos libros raros, son textos breves donde mi preocupación principal era psiquiátrica. Lentamente me voy dando cuenta de que hay una serie de “trastornos” mentales que la psiquiatría no entiende, que juzga de manera muy fuerte, el sujeto que vive este “trastorno” no es bien visto. En las clínicas psiquiátricas voy hablando con la gente, qué es lo tuyo, qué es lo que te pasa, y me voy dando cuenta de que hay una estética de la mente, de que hay una plástica, y la psiquiatría es rígida, es un poco neurótica, no les va a gustar a los psiquiatras, pero los histéricos son ellos y ellas. Esa incomprensión, esa marginalidad, esa línea de borde de unos aventureros de la mente, que viajan por esos bordes y que son unos eternos incomprendidos, me interesaron profundamente, empecé a tomar notas y dije: voy a explicar qué es el síndrome de Jerusalén, el síndrome de Noé. La mente es muy lúdica, es juguetona, subversiva. Hay una belleza en esa mente que juega y que se va. Aunque se juzgue y haya que medicar, hay algo bello en esto y en estos libros yo intento ver esa belleza. Y Leer es resistir, ¿cómo se lanzó a ese libro? Cada vez que se habla desde la lectura se hace con cierta pose, yo el culto, yo el educado, yo el ilustrado, les voy a dar unas recomendaciones de mis lecturas, y dije: “Quiero escribir sobre la lectura, pero no quiero hacer esto”. La pregunta era: ¿cómo hago para hablar de la lectura en un tono que no sea ni académico, ni erudito ni posudo y que no pase por el ensayo literario? Me di cuenta de que había una forma de hacerlo y era hablar de la lectura narrativamente, es decir, contarla como si uno estuviera en un relato, con un personaje, con una historia que sucede, pero que en realidad la clave de esa historia está en la lectura. Lo más difícil fue dibujar en la cartelera la estructura. Pensé que iba a ser un libro menor, no en importancia, sino en lectores, a quién le iba a importar en Colombia un libro sobre la lectura, y se volvió un libro de culto, un libro para los maestros, los profesores se acercan por el tono, porque quieren que sus muchachos lean así, y han llegado lectores de diferentes frentes. Incluso hay lectores que lo conocieron a usted por este libro y no por todos los anteriores. Exactamente, así es, estuvo en clubes de lectura, bibliotecas públicas, lo leyeron en colectivos...

¿Cómo nació Los vagabundos de Dios? Durante la pandemia estuve muy mal. Mi situación no era buena. Mi madre falleció en un hogar, no muere de covid, sino de una bacteria, pero tiene que vivir la segregación de esa enfermedad, porque nos encerraron a todos, no fue un virus bien entendido, todo era absurdo y los hogares de abuelos fueron cerrados y las visitas son la vida para los abuelos, es como regar plantas, es el agua que les llega todos los días. En ese exilio mi vieja entró en una depresión muy profunda, agarró una bacteria y se murió. Todos los hornos crematorios estaban llenos, tuve que certificar que mi vieja no había muerto de covid para poderla cremar fuera de Bogotá, sin honras fúnebres... Fue una muerte muy triste y yo me sentí culpable porque creí siempre que había sido su socio, su amigo y de pronto la abandoné, la dejé sola en un momento crítico. Para mí fue muy duro, fue un duelo muy mal hecho, lleno de culpas y de recriminaciones. En algún momento me di cuenta de que me estaba enloqueciendo, yo ya no confiaba en mí, entonces tuve que pedir ayuda, hacer terapia y empezó una precipitación en el abismo, una caída, pero poco a poco me fui dando cuenta de que no era solo mi caída, sino era toda una sociedad la que se estaba cayendo, una sociedad entera, una civilización que se iba a pique. Este abismo personal era un abismo colectivo y allí empecé la novela. Siempre me rescata la escritura. Esta novela fue terapéutica para mí, espero que sea también para el lector y la lectora. Ojalá que en la medida que lean sientan que se sanan de dolores muy profundos dentro de ellos mismos.

catalina gallo

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