EL ESPEJO DEFORMANTE DE AMéRICA LATINA

La América Latina de hoy es maravillosa porque cumple el papel de ser la gran caricatura del mundo, su espejo deformante. Somos el laboratorio de los ensayos políticos más demenciales y de los más desatados desvaríos; el teatro de las pasiones y delirios de un grupo de monarcas elegidos en las urnas. Ante un mundo achispado, somos el borracho que se arrastra, vomita y dice disparates. Entre nosotros se pasean por la calle, en carne viva y crudas, las pasiones políticas de todo el planeta.

¿Qué es Milei sino la caricatura viviente de un lunático empeñado en engendrar, ¡a la fuerza!, un país libertario? “¡yo los obligo a ser libres, carajo!”. ¿Y si uno prefiere que el médico, el profesor y el ingeniero de puentes me los escoja, por encargo del Estado, un grupo de sabios? Jamás, a los médicos y a los ingenieros hay que escogerlos por lo que dicte el mercado. Pero es que yo no sé de eso. Entonces finge que sabes o tira un dado.

En Maduro vemos al camionero que por azar entra en contacto con los servicios secretos cubanos y prolonga una revolución que favorece, ante todo, el bienestar y la riqueza de sus propios servicios secretos, que al ser servicios secretos (es decir, gente entrenada para poner en práctica la razón de estado por cualquier medio lícito o criminal), tienen permitido todo: traficar, matar, mentir, decidir quién puede o no ser candidato, con la condición de que solo lo sean aquellos a quienes los servicios secretos puedan derrotar sin tener que hacer un uso demasiado evidente del fraude electoral.

Haití es el espejo de aumento donde vemos la ausencia total de control policivo. La anarquía no es la libertad, sino el paraíso de las bandas, la ley del más fuerte, el regreso a la horda primitiva que premia a los más pillos, astutos y desprejuiciados. También es el espejo en que deberían mirarse aquellos que desprecian la seguridad: en su total ausencia se cae en el portento del todos contra todos, en el paraíso del sálvese quien pueda porque para sobrevivir todo se vale.

Ortega y su consorte son la caricatura tropical del Calígula romano que, a fuerza de incestos, saqueos y corruptelas del clan familiar, deciden a su antojo qué robar y qué expropiar, a quién dar o quitar la ciudadanía, a quién privar de la pensión o el movimiento, a quién desterrar o encarcelar sin juicio previo, a quiénes despojar de todo y a quienes permitir que, a través del saqueo de lo ajeno, se enriquezcan.

México es el espejo convexo del egocentrismo que se erige en delirio cotidiano. Un polvorín mañanero escenifica el juicio sumario en que Yo, el supremo, señalo con el pulgar hacia arriba o hacia abajo, de modo que se sepa quiénes suben y quiénes caen en desgracia. Ecuador es el sueño cumplido de los gobiernos que fantasean con violar la soberanía de los otros países, pero que, al ver el sueño realizado en Quito, recapacitan y se contienen.

¿Y Locombia? Colombia, aunque es un sancocho de todo lo anterior, está un poco menos mal. Cierto orden institucional ha permitido que la insania no se desborde. Y Petro es de todo, pero al menos no ha sido violento. Peor es lo que anuncian los radicales futuros. En la histeria emotiva de las redes no cabe la moderación, que es falta de carácter o es tibieza. En ellas florece el sueño de los que quieren ser Maduros o Bukeles, todos por encima de la ley y de la compasión. O el próximo imitador del fanático Milei que cuando se despierta no tiene ni idea de lo que será por la tarde, pero todo lo justifica con una misma muletilla: ¡carajo!

Y este artículo mismo es otra caricatura. Porque en América Latina somos mediocres incluso para el mal y aquí no hay guerras internacionales ni pasan las peores catástrofes del mundo. Las peores las cometen quienes tienen las armas más letales. Concretamente, y en este mismo instante, lo peor, lo más sanguinario, lo más devastador, los espejos gigantes la maldad humana son Rusia e Israel, Putin y Netanyahu.

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