CONSTANZA, LA ANDARIEGA

El pasado martes murió prematuramente nuestra querida amiga Constanza Ramírez Silva, como consecuencia de haber sido violentamente atropellada al salir de la Feria del Libro por dos hombres en moto que huían después de haber robado a otra mujer.

Constanza fue una valiente y aguerrida investigadora que anduvo por los territorios más agrestes y riesgosos de nuestra Colombia rural y selvática. Durante muchos años fue colega de Alfredo Molano, ese otro andariego rural, y recorrieron parajes bellos, pero llenos de grupos armados, ríos caudalosos y otras amenazas. Esto lo hicieron no por turismo, sino con el fin de recoger los relatos de indígenas, afros y campesinos y contribuir así a documentar y comprender nuestra compleja Colombia rural, que muchas veces, en las ciudades, preferimos ignorar. Varias de estas arriesgadas “travesías” quedaron recogidas en los documentales con ese nombre y condujeron a bellos libros escritos en coautoría como, por ejemplo, Apaporis, viaje a la última selva.

Este trabajo de campo y su doble formación como bióloga y economista hicieron de Constanza una experta sobre las relaciones entre las economías campesinas y los ecosistemas, y una defensora tanto del medio ambiente como de los derechos campesinos. Esto le permitió sostener hace muchos años una tesis importante, que en ese momento era heterodoxa pero que hoy es aceptada: que el campesinado no es por esencia un depredador ambiental y que, por el contrario, con las regulaciones y compromisos adecuados, las economías campesinas pueden ser uno de los mejores mecanismos para evitar la deforestación y proteger los ecosistemas. Esta idea, que Constanza compartió con otros estudiosos, como Darío Fajardo o Molano, alimentó propuestas novedosas, como la de las reservas campesinas, y en el fondo quedó plasmada en la reforma constitucional del año pasado, que reconoció no solo los derechos del campesinado, sino también su dimensión ambiental. Tu tesis, querida Constanza, finalmente triunfó.

Por todo eso, el homicidio de Constanza no solo es terriblemente doloroso, sino que representa una terrible ironía: esta valiente andariega salió ilesa de sus “travesías” por territorios peligrosos, pero murió atropellada por unos criminales en una calle de Bogotá, al salir de un evento cultural. Un homicidio más en esta espiral de violencia urbana, que combina los asaltos con la proliferación de motos, sin que veamos medidas apropiadas para enfrentar estos fenómenos por parte de los gobiernos distrital o nacional.

Esta muerte duele también por otro motivo: Constanza sufrió hace unos siete años un severo accidente cerebrovascular. Estuvo varias semanas al borde de la muerte y parecía que iba a quedar con graves secuelas. Pero con ese coraje que la caracterizó, tuvo una recuperación espectacular y si bien nunca fue totalmente la misma, tampoco fue totalmente otra. Se reinventó, pero conservando su esencia: una mujer conversadora que defendía a toda costa, incluso con terquedad, su independencia y sus principios. La mataron cuando empezaba a disfrutar una vejez apacible. Bueno, para ser honestos, una vejez también un poco arrebatada, pues Constanza siempre fue un terremoto de energía y siguió siendo una andariega.

Nos queda un consuelo a todos sus familiares y sus numerosos amigos que tanto la quisimos: que sus últimas vivencias, antes de ser atropellada, estuvieron vinculadas con otras pasiones suyas: los libros, la literatura y la cultura. Y tenemos entonces la ilusión de que Constanza no sufrió la violencia de su homicidio, sino que murió ensimismada, pensando en los libros que acababa de hojear y en las charlas que acababa de escuchar. La extrañaremos y recordaremos. Abrazos inmensos a Martin, Ale, Carlos, María Elvira, Marta, Mariana y Leopoldo.

(*) Investigador de Dejusticia y profesor Universidad Nacional.

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