“GUAPA Y DISTINGUIDA, CAROLYN BESSETTE ERA LA LADY DI AMERICANA. LOS PAPARAZZI LA PERSEGUíAN PORQUE OCULTABA ALGO, UN MISTERIO”

El 17 de julio de 1999 todo el mundo aprendió lo que era un Piper Saratoga, el avión de un solo motor con capacidad para hasta cinco pasajeros en el que el día anterior se habían estrellado John John Kennedy, su mujer, Carolyn Bessette, y la hermana de ésta, Lauren, mientras sobrevolaban la costa atlántica rumbo a Martha's Vineyard, el feudo de los Kennedy en Massachusetts. La aeronave acabó en el fondo del océano por un cúmulo de impericia –apenas tenía 300 horas de vuelo– y temeridad –estaba lesionado de un tobillo– del piloto ante un parte metereológico adverso. “Orar es en vano, ¿quién los escuchará? Por una vez, no hay nadie alrededor de Carolyn Bessette, sólo un agujero negro, ni una luz, ni un destello, ni un flash. El sonido del viento golpeando las portillas ahoga sus gritos. Caen abruptamente y se precipitan hacia la muerte aterrorizados. El Piper Saratoga choca con el Atlántico a una velocidad de 175 nudos, el agua tiene la dureza del hormigón armado. Lauren, Carolyn y John mueren instantáneamente por el impacto. La caída duró veinte segundos”, novela la escritora Stéphanie des Horts (Tours, 1965) en Carolyn et John (Albin Michel), su último libro, que acaba de publicar en Francia, y que vuelve sobre el mito de los malogrados príncipes de América. “Para mi generación, la tragedia de John John y Carolyn marcó un hito. Todos somos capaces de recordar dónde estábamos aquel 17 de julio. A mis padres les sucedía lo mismo con el magnicidio de JFK”, cuenta la autora en conversación telefónica.

Des Horts, autora de la biografía novelada de Pamela Churchill, creció admirando las fotografías de Carolyn Bessette en las revistas del corazón. “Era como Lady Di, guapísima, con misterio. Eso atraía de forma irremediable a los paparazzi”, razona la escritora, que cuenta en el libro cómo fue descubierta por Kelly Klein, la mujer de Calvin Klein, mientras trabajaba como dependienta en un establecimiento del centro comercial Chesnut Hill de Newton, Massachusetts. “Tiene un encanto, una belleza inusual, algo misterioso y adictivo. No pude resistirme a ella. La necesitamos aquí, Calvin, la pondremos al frente de las grandes cuentas, le confiaremos las estrellas”, relata Des Horts. Así Bessette, hija de una directora de escuela y de un arquitecto de interiores de White Plains, Connecticut, se disponía a encarnar el ideal WASP como relaciones públicas de su creador de cabecera. Conquistar al hijo del presidente Kennedy y Jacqueline Bouvier hicieron el resto por coronarla como la embajadora definitiva del sueño americano.

Aunque, tal y como recoge Carolyn et John, la vida en el apartamento de Tribeca que ocuparon junto a su perro, Friday, tras contraer matrimonio el 21 de septiembre de 1996 ante 35 invitados en una ceremonia secreta, no fue del todo idílica. Stéphanie des Horts apunta a los hipotéticos problemas de Bessette con la cocaína. “No es que fuese adicta, de hecho siempre temió acabar mal, pero digamos que… Quería jugar el juego. Cuando los paparazzi empezaron a seguirla, a hacerle la vida difícil, se sintió acosada. No quería salir de casa con la prensa detrás las 24 horas del día. Y en la industria de la moda de la época, la cocaína estaba por todas partes. Al principio, su consumo era ocasional; al final, se convirtió en un problema. Un problema que aumentó su paranoia con respecto a la prensa”, razona Des Horts, que ha invertido seis meses en escribir la novela, documentándose de forma exhaustiva. “Diez años después de su muerte, la mayoría de los amigos de John John escribieron libros contando este tipo de cosas”, desliza. También lo hizo el exnovio de Carolyn, Michael Bergin, modelo y ex Vigilante de la playa, que contó que estaban a punto de separarse antes de morir juntos en el Atlántico. “Fue muy injusto. Cuando conoces la verdadera historia no puedes parar de preguntarte: ‘¿Por qué?’. Lo tenían todo. ¿Cómo pudo sucederles algo así?”, lamenta la escritora, que cree firmemente en la llamada Maldición de los Kennedy. “Por supuesto. La semilla está en el patriarca, Joe. Hizo cosas muy feas: tratos con la Mafia de Chicago para que su hijo, JFK, fuese elegido presidente. En Inglaterra, durante su etapa de embajador, fue partidario de la política de apaciguamiento hasta que la guerra con Alemania se hizo inevitable. Sometió a su hija, Rosemary, a una operación de cerebro que la dejó casi vegetal. Cinco de sus hijos tuvieron muertes terribles: Joseph, piloto de combate, en la II Guerra Mundial; JFK fue asesinado. Bobby, también. Patrick, en un accidente de avión. Muchos de sus nietos también murieron en extrañas circunstancias, por drogas o en accidentes. Así que sí, creo en la maldición de los Kennedy, y Joe fue el pecado original”, sentencia la autora francesa, que cree que Caroline, la hermana de John John, habría sido capaz de esquivar la mala suerte. “Ella escogió un marido fuerte, amante de la poesía, pero de perfil bajo, Edwin Schlossberg; juntos, han formado lejos de los focos. Hoy, es embajadora de los Estados Unidos en Australia, tiene un perfil público pero no mediático. Ha sido capaz de vivir su vida”.

–Por las páginas de Carolyn et John desfilan Madonna, Daryl Hannah y todas las chicas que estaban locas por John John, y que su madre iba descartando por considerarlas inadecuadas para él. ¿Fue Jackie el gran amor de su hijo?

–Por supuesto. Ella fue una gran madre. Quería proteger a sus hijos. Siempre supo que Caroline se las arreglaría, pero que John John le daría problemas. Cuando ella murió, se esfumaron todas las posibilidades de que él llevase una vida más ordenada, menos salvaje. Su muerte le entristeció, pero en cierta manera también le liberó. Todo empezó a estar permitido.

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