ÓSCAR ZULUAGA SERNA

Óscar Zuluaga Serna tiene 95 años y la memoria intacta.

En 1986, entró una llamada al teléfono de su casa: “Es para avisar que matamos al magistrado Gustavo Zuluaga”. Diana, la hija de Óscar, preguntó: “¿Usted quién es?” La respuesta: “Yo soy uno de los que lo mató”. Diana buscó el teléfono del Salón Versalles, donde su papá almorzaba con sus amigos casi todos los días en el centro de Medellín, y le avisó. Óscar tomó un taxi y subió por la calle 33. En la fotografía de familiares y amigos que llegaron al sitio del atentado, el rostro más desencajado es el de Óscar. Estando en la sala de velación entró otra llamada a su casa. La recibió la empleada: “Hp, ¿están muy tristes? En nombre de la mafia”. En la madrugada entró una nueva llamada a la casa de Óscar, pero los hijos no lo dejaron contestar. Un sobrino que trabajaba en la sección de teléfonos de EPM le ofreció cambiarle el número. Óscar dijo que no. Él era asesor tributario y los clientes lo llamaban a la casa.

Gustavo Zuluaga Serna era magistrado de la sala penal del Tribunal Superior de Medellín y tenía 51 años. Llevaba mucho tiempo recibiendo amenazas de Pablo Escobar desde cuando, siendo juez décimo superior en 1983, citó al capo a una diligencia por el homicidio de dos detectives. Escobar dijo que creía que el caso había prescrito. Puso en el piso un maletín que llevaba y empezó a empujarlo hacia el juez mientras preguntaba: “¿Cómo podemos arreglar esto?”. Zuluaga contestó que el caso tenía que seguir su curso y finalmente mandó lejos el maletín con toda la fuerza de sus pies frágiles. De niño había tenido polio y sus pies eran como de gelatina, recuerda su hermano Óscar. Después les comentó a sus familiares: “Yo puedo tener los pies torcidos, pero soy como un riel”. Luego, Zuluaga pidió a la Cámara de Representantes levantar la inmunidad parlamentaria de Escobar.

Las amenazas contra el magistrado duraron años. Le enviaban sufragios y de noche le hacían llamadas: “Ánimas benditas del purgatorio” y después carcajadas. Él decía: “No sé cuándo me van a matar”. El día del atentado, que ocurrió frente a la Universidad Pontificia Bolivariana, donde se había graduado como abogado, Gustavo Zuluaga iba con su esposa, que manejaba el carro, que estaba embarazada, y que también fue baleada. Él vio a los sicarios y se lanzó sobre su esposa, diciéndole “Agáchese, mijita”. Por cubrir el cuerpo de su esposa, el magistrado quedó más cerca de los asesinos, que le dispararon a la cabeza. Ella sobrevivió y luego dio a luz a su hija Ángela. Se demoraron meses en pagarle los sueldos de su esposo y Carmelita tuvo muchas dificultades para criar a sus hijos. De ahí en adelante trabajó en una funeraria, acompañando el cortejo de los muertos. Se convirtió en “vitrino”. En Medellín, al personal de la funeraria que va caminando delante del féretro lo llaman “los vitrinos”. Las mujeres van vestidas de sastre; los hombres, de saco y corbata.

Gustavo Zuluaga Serna, uno de 14 hermanos de una familia pobre de El Santuario, fue uno de los cadáveres excelentes de 1986. En Italia, a las víctimas importantes de la mafia como magistrados y altas autoridades civiles se les llama cadaveri eccellenti, por tratarse de personas eminentes. El 31 de julio de 1986, Pablo Escobar ordenó asesinar a Hernando Baquero Borda, magistrado de la Corte Suprema de Justicia; el 30 de octubre, a Gustavo Salazar Serna; el 17 de noviembre, al coronel Jaime Ramírez Gómez, director de la Policía Antinarcóticos; y el 17 de diciembre a Guillermo Cano, el director de El Espectador.

No fue Pablo Escobar el único responsable de esos crímenes. En ellos también tuvieron culpa los altos oficiales y otros importantes funcionarios que se dejaron sobornar por el capo. El general José Guillermo Medina Sánchez fue director general de la Policía Nacional entre agosto de 1986 y fines de 1988. En febrero de 1989, la revista Time puso su fotografía en la portada y lo acusó de estar en la nómina de Pablo Escobar. Esa publicación permitió deducir por qué el presidente que lo nombró, Virgilio Barco, lo retiró del cargo. No sabemos exactamente desde cuándo se había vendido al narcotráfico, pero es posible que ya hubiera recibido sobornos cuando se cometió el asesinato de Gustavo Zuluaga Serna. Lo que sí sabemos es que ni un solo policía acompañaba al magistrado el día que falleció. El general era el director general de la Policía el día que mataron al magistrado. Y no sabemos cuántos otros oficiales como Medina Sánchez estuvieron al servicio de los carteles. La Corte Suprema de Justicia condenó al general José Guillermo Medina Sánchez por el delito de enriquecimiento ilícito. Sin duda, muchos otros altos funcionarios no se convirtieron en cadáveres excelentes porque aceptaron el maletín cargado de billetes que Escobar empujaba con el pie.

2025-01-11T04:14:26Z