“NOSOTROS TAN ELEGANTES Y ELLA PARECíA UNA MUJER DE PUEBLO”: LA DIVERTIDA ANéCDOTA DE JUAN CARLOS Y SOFíA CON ISABEL II COMO PROTAGONISTA

La reina Isabel II de Reino Unido falleció el 8 de septiembre de 2022 en el Castillo de Balmoral. A su funeral, celebrado once días después en la londinense abadía de Westminster, además del jefe del Estado español y su consorte, los reyes Felipe y Letizia, asistieron sus antecesores en los cargos, los reyes Juan Carlos y Sofía, parientes de la desaparecida monarca a la que llamaban cariñosamente prima Lilibet. Los tres, como el marido de la fallecida, Felipe de Edimburgo, provienen de la pata del Cid, es decir, del vientre de la Abuela de Europa. La reina Victoria de Reino Unido y emperatriz de India se ganó este apodo por la pericia de casamentera con la que enlazó a sus descendientes con los principales herederos de las casas reales del continente.

Para la elaboración de sus dos únicas biografías autorizadas –La Reina y La Reina muy de cerca–, la reina Sofía conversó, sin pelos en la lengua, con la periodista Pilar Urbano sobre los protagonistas del siglo XX y XXI con los que había tenido contacto. A la madre de Carlos III sólo le dedicó buenas palabras: “Es una mujer muy simpática, muy sencilla, con mucho sentido del humor. Y en la intimidad, muy, muy llana”.

Aprovechando que el Támesis pasa por Londres, la reina Sofía le contó a su entrevistadora una simpática anécdota protagonizada por la monarca que más años ha ocupado la silla-trono de San Eduardo. "Pasados bastantes años, en 1986, cuando mi marido y yo estuvimos de viaje oficial en Inglaterra, siendo ya reyes de España, nos alojamos con ellos en Windsor. Por cierto, Buckingham es más pequeño de lo que yo pensaba: es acogedor, como una casa de familia. Comprendo que vivan ahí y no en Windsor. El segundo día de visita teníamos nosotros (sin ellos) una cena de gala que nos ofrecían en la alcaldía de Londres. Total, que salíamos el rey Juan Carlos y yo, vestidos de tiros largos. Y cuando bajábamos las escaleras aquellas, vimos que pasaba por allí (casi se nos cruzó) una señora mayor con un chubasquero, unas botas cortas de agua y un pañuelo en la cabeza, que iba a lo suyo: a sacar a los perros. De pronto nos dimos cuenta: ¡la reina! Era como un gag absurdo de esos de películas cómicas: nosotros tan elegantes, siendo los huéspedes de su casa; y ella tan sencilla que parecía una mujer de pueblo. Nos entró la risa, claro”. Isabel II adoraba a sus mascotas, especialmente a los corgis. Los dos que la sobrevivieron, Muick y Sandy, fueron testigos de su despedida en la fortaleza de Windsor y adoptados por su hijo favorito, el príncipe Andrés, y la exmujer de este, Sarah Ferguson, Fergie.

La excursión de Estado que contextualiza esta especie de sainete fue la primera y última que el Borbón hizo a Reino Unido en sus casi cuarenta años de reinado. El único monarca hispano que había paseado de forma tan diplomática antes el país, fue su abuelo, Alfonso XIII, quien volvió de Londres en 1905 prendado de la que sería su única esposa oficial, Victoria Eugenia de Battenberg, nieta pequeña y predilecta de la ya entonces desaparecida reina Victoria.

Con la visita del Juan Carlos I a su prima, los Estados español y británico pusieron fin a un lustro de relaciones difíciles. La amistad entre los dos reinos siempre tuvo un talón de Aquiles: Gibraltar. Peñón desde el que los príncipes Carlos y Diana de Gales iniciaron su luna de miel en agosto de 1981 y razón por la que no asistieron Juan Carlos y Sofía al enlace del entonces heredero de Isabel II. “Nosotros íbamos a ir a su boda -me dijo la reina Sofía–. Teníamos todo el vestuario preparado y el yate Fortuna a punto. Nos hacía ilusión ir: sabíamos que iba a ser una celebración magnífica. Nos hubiésemos encontrado con mucha gente conocida y querida. Pero por una torpeza innecesaria tuvimos que declinar la invitación".

Al enterarse de que los recién casados pensaban viajar en avión a Gibraltar, y una vez allí embarcar en el Britannia, el yate real, para "zarpar con todos los honores y presentación de armas, himnos, banderas, salvas, ante las autoridades británicas del Peñón”, según contó la reina Sofía, el rey Juan Carlos telefoneó a su pariente. “'Pero Lilibet, ¿por qué no van antes a Cádiz, o a Algeciras, o a Málaga… o a Canarias, a cualquier sitio de España, y nosotros acudimos y les recibimos ahí? Y luego, que vayan a Gibraltar, o a donde quieran'. Pero el Gobierno británico se había empeñado en darle ese ‘toque político’ al viaje. La reina Isabel estaba muy apenada, muy disgustada. No le agradaba ese gesto de provocación que no venía a cuento. Y también le entristecía nuestra ausencia en la boda. Iba a ser un borrón. Pero ella entendía que era lo menos que podíamos hacer. Ah, y como reina constitucional no podía cambiar nada. En eso mandaba el Gobierno. El ministro de Exteriores era David Hume, aunque en esos días estaba fuera, de viaje. Nunca supimos quién estuvo detrás de ese gesto tan desafortunado y tan poco racional".

Entonces Pilar Urbano interrumpió a la madre de Felipe VI para revelarle que “nuestro ministro de Exteriores, que entonces era José Pedro Pérez-Llorca, averiguó que la idea de zarpar desde el Peñón para transmitir mundialmente la noción plástica de un Gibraltar inglés fue una propuesta del lobby conservador británico con intereses comerciales gibraltareños, secundados por un grupo de lores con ínfulas coloniales”. A su majestad no le sorprendió esta información: "¿A sí? No me extrañaría. Aquello era una bofetada para España, y aquí se hizo una cuestión de Estado. Como el Gobierno de la señora Thatcher no dio su brazo a torcer, el rey tuvo que decir a la reina de Inglaterra: ‘Lo sentimos en el alma, Lilibet, pero tu gente nos ha puesto en un brete muy comprometido. No podemos ir a la boda’".

“Ella lo comprendió. Se hizo cargo. Estábamos entre la espada y la pared (…) como familia, nos dolía no ir; pero como reyes de España teníamos que mantenernos firmes. Par mí era especialmente costoso porque Felipe, el duque de Edimburgo es primo segundo mío. Su padre el príncipe Andrés de Grecia, y mi padre, primos hermanos. Felipe es griego como yo". La familia real española, “como nos quedaron esos días de verano descolgados de la agenda”, se subió al Fortuna y dio la vuelta a España. De regreso en el palacio de la Zarzuela, su residencia oficiosa, los reyes españoles recibieron una carta "encantadora de la reina Isabel con un toque muy familiar diciéndonos: En Windsor siempre tendréis reservados vuestros cubiertos en la mesa y vuestros asientos, your footstools, en el cuarto de estar”.

Metida en camisas de once varas, la suegra de la reina Letizia confesó a Urbano que había visto The Queen, largometraje en el que el director Stephen Frears recreó los días más impopulares de Lilibeth. Incluso se atrevió a valorarla: “¡Me encantó! El guion estaba pensado para destrozar la imagen y el prestigio de la reina. Y además habían escogido justo el tramo más escabroso: el drama de Lady Diana… Buscaban enfrentar a la Corona británica con la popularidad de Lady Di. Pero la actriz, Helen Mirren, se metió en el personaje, lo interiorizó, le dio su propia dignidad y, sin cambiarle ni una coma al guión, consiguió darle la vuelta. Lo que podría haber sido negativo, una caricatura o una burla de la reina, se convirtió en algo realmente afirmativo".

Preguntada por su biógrafa si le horrorizaría que se estrenara una película similar sobre ella, mucho menos complaciente que las edulcoradas series españolas dedicadas a personajes de la realeza patria, la reina Sofía contestó: “¡Me trae sin cuidao! ¡Viva la libertad de expresión!”. Debió cambiar de opinión cuando, publicado el segundo tomo de sus recuerdos en 2008 y ante la antipatía general que despertaron varias opiniones atribuidas a la consorte, Casa Real, que había dado luz verde a la venta del libro, acusó a la autora de haber puesto en boca de la griega reaccionarias ideas propias.

2024-09-07T23:13:17Z dg43tfdfdgfd